martes, 28 de septiembre de 2010

Despertando instintos

Pronto cumpliré un mes en Buenos Aires y mi vida desde que llegue, hasta hoy, que escribo esta entrada, ha venido atravesando diferentes etapas, en lo que comúnmente llamaríamos adaptación a una nueva cultura o forma de vida. Sin embargo, más acá de esos estándares y costumbres que se aprenden y desaprenden surgen elementos que se pueden llegar a apropiar de una persona casi en su totalidad, si se lo permitimos, hablo de los instintos.

Cuando vivía en Colombia tenia diversas reglas que sin cuestionar, la mayoría de las veces, se fueron inculcando y modelando dentro de mi aparato psíquico. Aunque podría citar muchas, lo cual daría para otra entrada, me limitaré a poner el ejemplo que, a mi parecer, es el más indicado para esta situación: las comidas y sus horarios.

En mi casa, desde que tengo uso de razón, siempre se desayunó a las siete y media de la mañana, se almorzó a las doce y se cenó a las seis y treinta. No recuerdo, salvo muy contadas excepciones u ocasiones muy especiales, que esta norma fuera transgredida. No digo que esto sea para nada malo, solo es un ejemplo de como las normas pueden volverse un hábito, momento en el cual ya difícilmente es modificable, y lo que es más, llega a hacerse parte del inconsciente colectivo familiar; pues desde que mi tatarabuela lo empezó a implementar, esta costumbre siempre se ha mantenido, y mis tías en la actualidad, lo adaptan a sus familias cuando formar un nuevo hogar.

Ahora a miles de kilómetros y luego de días extrañando estas costumbres, las empiezo a cuestionar, y no solo las de mi familia, que me ha servido de ejemplo, sino todas los hábitos que se nos han sido impuestos a lo largo de nuestra civilización. Es cierto, dirán muchos defensores del orden, que es necesario para adaptarnos a un mundo de consumo y de funcionamiento adecuado, pero ¿comemos cuando realmente queremos comer y no cuando nuestro aprendizaje ya no lo ha indicado?

Ahora, tras la soledad de mi hogar, en el reencuentro conmigo mismo, (con lo que ya sabía de mí, lo que no y lo mucho que aún me falta por descubrir) ocurren situaciones y cambios que ahora, después de meditar, cuento con desparpajo: Como cuando me viene en gana, cuando mi instinto me lo indica, a veces devoro kilos de pan y Coca-Cola, para después mirar como bobo el techo sin más. En otros momentos cocino con paciencia y con tiempos exactos, secreto principal de cualquier cheff, y logro realmente deliciosos manjares, pollos, pastas, carne, arroces y hasta postres. Pero hay veces que me abandono a mi suerte, o mejor, a mis instintos y paso el día con un café y un poco de fruta; la ansiedad que me dominaba tiempo atrás se ha retirado, o al menos escondido.

Debo además agregar, que los baños, dos o hasta tres veces al día, si el calor era mucho, ya no existen, me baño una vez y si no me viene en gana lo omito, bañándome día de por medio, ¿por qué habría de hacerlo si no me nace, y no afecta en lo más mínimo mis actividades?

Muchas cosas han ido cambiando, ¿Qué quieren que les cuente más? Pues no. ¿Por qué?

Porque le hago caso a mis instintos, ¿o creen que perdería todo lo que he escrito?

Me voy a devorar un pedazo de pan, o a cocinar, o simplemente a abandonarme sobre la cama y viajar a donde pueda.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Primera entrada desde el auto-exilio

Agosto 2010

Cualquier cosa que diga en este momento merece ser explicada, Para que cualquiera que intente leer este pequeño fragmento de mi vida, pueda hacerse, al menos una pequeña idea, de lo que ocurre en este momento de mi existencia. Hace más de un mes he emprendido una travesía con el objetivo de explorar el continente que me vio nacer. Después de recorrer Ecuador he llegado a Perú, donde me encuentro ahora, aunque esté a punto de saltar a Bolivia. Espero llegar en un mes, un poco más o un poco menos a Buenos Aires.

La idea no solo es explorar Latino América, también es explorar mi propia vida, estoy convencido de que todo viaje implica una exploración del interior de sí mismo, un encuentro con el alma y con las raíces. Allá, espero poder escribir un poco de lo que hay dentro de mí, es decir, deseo dejar a flote mis cicatrices, lo que poco a poco ha construido lo que soy y también lo que seré.

Hoy mismo, después de mucho tiempo en la carretera, después de muchos encuentros, paisajes, alegrías y nostalgias de a poco empiezo a encontrar en las palabras el alivio y cobijo a esta soledad que por momentos, aunque pocos, me invade y me recuerda que en algún lugar del mundo hay un lugar que llamaba casa. La verdad es que de a poco empiezo a llamar hogar a todos los lugares en donde aprendo, convivo y respiro, pero aun en el fondo de mi vida siento a Colombia como un lugar especial.

De a poco iré desprendiendo imágenes, lugares, pensamientos y sentimientos de lo que es vivir afuera, de lo que un día en tu casa y en tu escuela te dijeron que se llamaba patria. Por ahora me despido con un mar de sensaciones que espero ir organizando y quizás, con suerte, pueda poner en letras. Desde el Puno, a orillas del Titicaca sumerjo esta botella de mi ser, con la esperanza que en algún momento haga eco en algún lugar de la existencia.