miércoles, 31 de julio de 2013

Comediantes

Me interesan mucho los comediantes. Me parece que el suyo es una forma de oficio literario. El proceso creativo es similar: está sustentado primordialmente en la observación y en la transformación. Las inquietudes de quienes lo practican son similares a las de un escritor, aunque se aproximan por otra vía, con otro efecto. Los rigores de su arte también se emparentan con los de un escritor. En estas palabras Louis CK le rinde homenaje a un recién fallecido George Carlin:



jueves, 25 de julio de 2013

Aaron Ramsey



Aaron Ramsey nunca fue santo de mi devoción. Se suponía que él era un volante ofensivo pero se la pasaba tomando malas decisiones, sucumbía a la presión de la defensa rival y era lento. Además, siempre se mandaba alguna torpeza que dejaba al equipo mal parado. Sin embargo Wenger insistía en ponerlo, por encima de jugadores que yo consideraba mejores —o al menos con mejor criterio— como Arshavin o Rosicky. El equipo se volvió ineficaz y empezó a caerse de las copas. Lo que más nos alteraba a los hinchas era que Wenger insistiera con él, como si fuera su favorito. Lo ponía en cualquier posición, casi que sin criterio, siempre de titular. Nadie entendía esto, salvo por la atenuante de que volvía de una larga inactividad por esta fractura:


Pero a mí eso no me convencía. Ni a mí ni a muchos hinchas. Llegué a pensar que Wenger solo lo ponía por lástima, o por terquedad, para probar que su capacidad para descubrir talentos estaba intacta. Yo escribía cosas así:

Lo que sí recuerdo es que lo que Ramsey hizo en el minuto 21 (se pegó una dormida monumental y se dejó robar la pelota del lateral izquierdo rival) hizo que puteara como nunca en la vida lo había hecho. Después hizo un pase mal tras otro. No puede ser que un individuo así juegue en Arsenal; es inadmisible. Gervinho entra en otra discusión. Es un carroloco pero al menos tiene virtudes (velocidad y gambeta loca); en cambio, lo de ese muchacho Ramsey realmente da pena y frustración. Cada vez soporto menos a esa boñiga con patas.

Incluso yo, en mi ineptitud para jugar fútbol, me comparaba con Ramsey. En esa época jugaba fútbol todos los viernes y rendía como él, como un pollo sin cabeza, torpe e improductivo.

Llegó la segunda ronda de la Champions League, contra el Bayern Múnich, que ganó sin mucho problema el primer partido en Emirates. Mientras tanto, en la liga, estábamos en una pelea difícil y de largo aliento por el cuarto puesto, el último que daba paso a la Champions League del otro año. Por motivos económicos (más que deportivos, parece), no clasificar es una catástrofe para Arsenal, de manera que ese cuarto puesto se había vuelto como un trofeo. Arsenal estaba muy quedado a esa altura de la temporada y Tottenham y Chelsea tenían todo a su favor para quedarse con esos puestos. En eso llegó el partido de vuelta contra los alemanes y Arsenal, que solo se atreve a jugar bien cuando ve todo perdido, estuvo al borde de remontar, impulsado por el espíritu de la casi remontada de la temporada anterior contra el Milan. Se le ganó al Bayern allá en Alemania dos a cero. Si bien esto no alcanzó, los jugadores se dieron cuenta allí de que sí podían, de que tenían fuerzas para remontar lo que fuera, y entonces se convencieron de que con un objetivo claro podían alcanzar cualquier propósito. Empezó una racha importante de partidos: el tramo final de la Premier League, ya bajados de todos los otros torneos.

No sé si ese punto fue culminante para el redescubrimiento de Ramsey, pero sí sé que en esa racha él se erigió como uno de los jugadores más consistentes y de más entrega en el equipo. Wenger lo puso a jugar mano a mano con Arteta en el medio, más atrás de lo que venía jugando antes, gracias sobre todo a que las otras alternativas para eso, Wilshere y Diaby, estaban lesionados.

Ahí destellaron las virtudes de Ramsey, las mismas que antes estaban opacadas: su capacidad de correr por toda la cancha los noventa minutos y su visión de juego. Allá atrás, sin tanta presión, sus pases cortos, que en el ataque eran tímidos y estúpidos, se volvieron eficaces. Su juego conservador adquirió una funcionalidad importante y empezó a jugar con más panorama para tomar decisiones. También creo que es muy importante que el tipo que esté al lado sea una garantía de experiencia y de talento: Wilshere se nutrió de Fabregas, y esta vez Ramsey evidentemente aprovechó a Arteta.

Con esa tranquilidad Ramsey recobró la confianza que tenía perdida desde la fractura. Como una historia que solo puede provenir de Arsenal, Ramsey se redimió:



Terminó la última temporada en un gran nivel y ya no lo cago tanto a reproches, aunque considero que las tareas que cumple dentro de la cancha lo superponen con otros jugadores, como el mismo Arteta y Wilshere, y esos dos por ahora son superiores a él. No sé si podría decirse que Wenger se salió con la suya. Me da la impresión de que entre tanta improvisación finalmente le encontró la vuelta de casualidad. Lo que me parece significativo es que la historia de este jugador tiene la marca propia del Arsenal de los últimos años: buen toque y talento, amenazados por una tragedia, que después se controla con espíritu combativo y sacrificio. Eso es el equipo y en ese sentido se podría decir que el tipo representa bien sus valores.

Curiosamente, yo también me estaba redimiendo en mis partidos de fútbol. Estaba empezando a agarrarle el ritmo a la cuestión y mejoraba, pero una lesión —ajena— me sacó definitivamente del equipo. No volví a jugar desde entonces. Algo parecido a Ramsey, pero sin redención.

P.D.: No veo videos solo por hincha: me gusta mucho la combinación de fútbol con música. Acá hay más de Ramsey con música que me gustó:


martes, 23 de julio de 2013

La hipocresía

Hoy fui a comprar una Coca Cola. Cuando salía del supermercado vi a una vieja en la entrada. Estaba hablando por celular. Le decía a alguien: “Sí, estamos rodeados de hipócritas”. Tenía un tono de amargura y de juicio, como si ella fuera mejor, como si ella nunca hubiera sido hipócrita.

He pensado en eso últimamente y la verdad es que creo que la hipocresía está mal dimensionada. Ahí estaba esa vieja, y muchos más, que hablan de la hipocresía como algo terrible, como algo feo, de mal gusto. Se aterran. Dicen: “Oh, qué persona tan hipócrita; no puedo creerlo”.

Yo sí puedo creerlo. He llegado a la conclusión de que eso no es ni tan malo como lo catalogan, de hecho es natural, es necesario para la sociedad. Estas personas deberían admitir que no hay ningún mérito en juzgar o señalar a otros por hipócritas. Ellas mismas habrán sido hipócritas alguna vez. No hay ser humano que no se vea obligado a serlo, por la simple razón de que sin eso, sin esa mentira amable que se ofrece, tendríamos que decirles a las personas algo que casi nunca les gusta y que además les resulta doloroso: la verdad.

Muchas veces me han abordado con esa pregunta: “¿Le caigo mal?”. Curiosamente, proviene de personas que saben bien la respuesta, que tienen una marcada intuición de mi desagrado o antipatía hacia ellas. Sin embargo, hacen la pregunta como si de verdad necesitaran saberlo, como si la “verdad” les fuera a solucionar o a aliviar algo. Pero es todo lo contrario. En realidad, esas personas esperan dos efectos con su pregunta: por un lado, dejar al otro (en este caso yo) expuesto, con la prueba material en la boca; o bien una absurda esperanza todavía les hace creer que van a recibir la respuesta contraria. Sea como sea, tengo claro que ninguna de estas personas está preparada para la “verdad”, que hacen preguntas esperando una respuesta concreta, lo cual constituye una mala forma de preguntar. De manera que no suelo responder a esto.

A la gente no le gusta la “verdad”. Es el mismo trasfondo que envenena las preguntas “¿Estoy gorda?” o “¿Me quieres?”. La gente alaba y adorna la verdad como una diosa, pero a la hora de la verdad, cuando la tienen en las manos, les quema y reaccionan con vehemencia. Siempre pasa, a cada momento, todos los días, mientras seamos seres sociales. Siempre me veo en situaciones en las que si dijera toda la verdad lo único que me ganaría sería un disgusto. La gente debe moverse en la cordialidad, en la prudencia, en un equilibrio falso. Estoy en un cumpleaños y no puedo ponerme de pie y decirle a un tipo: “Estoy hasta la mierda de que hable de sus viajes, de su egolatría y de su ruido”. Ni puedo preguntarles a otras invitadas: “¿Por qué mierda hablan con acento paisa para hacerse las graciosas? No lo es. Y de paso, ¿qué les jode de que yo no hable?”. Tendría algo para cada persona en ese cumpleaños, pero no lo digo porque lo más probable es que me echen a patadas. Así que opto por quedarme callado y no revelar esta “verdad” sobre estas personas. En cambio, me quedo un tiempo con ellas e incluso me río si dicen algo gracioso. Las saludo y las despido. Si alguna de estas personas se enterara posteriormente de la molestia que les tengo y de lo ridículas que me parecen ciertas actitudes suyas, probablemente podría ser tildado de hipócrita.

El anterior es un ejemplo condensado, pero esta situación siempre se da en la vida. Lamentablemente, a pesar de lo que se dice, los seres humanos no toman bien la verdad, al menos la de otros semejantes, si no se ajusta a la propia. Lo que quiero decir con esto es que la hipocresía es un mecanismo de respiración social. Sin ella todos se estarían peleando contra todos.

Evidentemente, hay grados de hipocresía. Hay quienes se acercan con una deliberada falsedad porque buscan un propósito definido. No obstante, ni siquiera en esto veo algo malo. En definitiva, los humanos no hacen otra cosa sino usarse y aprovecharse entre sí. Creo que una clara conciencia de esto es más pacífica que la de ideales desproporcionados como la amistad, y el amor, tan inflados por un imaginario colectivo que su quiebre es inminente. A esos que viven tras enormes ideales tarde o temprano les llegará algo que pinchará su burbuja y les hará ver la realidad. A esos que aparentan felicidad todo el tiempo, serenidad y orden, en algún momento se les va a caer la máscara y no les va a gustar la luz del sol, la verdad que dice que a nadie le importa el otro y que todos estamos por nuestra cuenta, en este mundo salvaje.

No promuevo que esta situación derive en amargura y resentimiento. Es el camino que yo tomé, pero porque soy un incapaz. Sí es posible vivir sabiendo eso y moverse sanamente por la sociedad; es posible interactuar bajo ciertos valores, siempre y cuando no se sea cándido y terco. Nada de eso que venden existe… se puede probar por un rato, pero es demasiado grande, demasiado perfecto para que una imperfección como la humanidad lo conserve. El amor, la amistad, la justicia, la verdad: todas esas cosas son así, nos eluden, nuestros brazos no las pueden abrazar, solo rasguñar.

Tampoco creo que se deba ser hipócrita con todos, pero sí creo que se podría revaluar el mal concepto en el que se tiene esta práctica. Si descubre la hipocresía de alguien, no se alarme, no se desmoralice, no se escandalice, no diga “Oh, no lo puedo creer”, porque sí que podría creerlo; de hecho es muy probable que se haya visto obligado a ser en alguna medida hipócrita con alguien. Si le ve la mentira siga adelante y no juzgue al pobre hijo de vecino: es natural.

viernes, 19 de julio de 2013

Divagación entorno a "carta abierta a los fundadores de esto"

No sé que significa la escritura para mí, apenas puedo, esforzándome un poco, decir unas cuantas cosas sobre ella: Sé que es una parte importante de mi vida, me permite ser otros personajes que no puedo ser en esta, me permite construir universos que superan al nuestro, tan imperfecto. La escritura me permite movilizar mis propios sentimientos y los de otros, incluso hasta el mágico punto de la sublimación.

Digo que no sé qué significa con certeza la escritura para mí, lo que si sé es que cosas no son para mí la escritura: Escribir no es un asunto de vida o muerte, nada es un asunto de vida o muerte, ni siquiera la muerte misma; o ¿alguien, por fuera de la literatura y la ficción, sabe cuándo y cómo va a morir? Quizá el agua y la comida son los únicos asuntos de vida o muerte.

No digo que no haya casos, porque conozco, de personas que la pasan realmente mal sin escribir, que solo pueden comunicarse adecuadamente por este medio. Pero también creo que estas personas si pueden vivir sin la escritura, quizás peor, pero pueden vivir (aunque lo llamen no vivir). No soy una de esas personas que se muere sino escribe (y pongo en duda que alguien lo haga), así que no es para mí un asunto de vida o muerte.

Por supuesto que prefiero escribir por encima de casi todas las demás cosas, en ese punto es una elección, pero en su momento apareció como un destino y me cambió la vida. Tampoco digo que la escritura sea mi mejor medio de expresión, de hecho me atrevo a decir que soy mejor hablando que escribiendo(al menos en Colombia lo era). Tampoco creo que solo quiénes se toman la escritura como un asunto de vida o muerte puedan escribir bien. Ahora bien, sin disciplina y sacrificio no hay nada, pero creer que las cosas son blancas o negras me parece una pose estética y social.

Mi única preocupación importante en la vida es vivir, y cualquier otra cosa que pueda impedirme disfrutar esta misteriosa existencia que no pedí y la cual va a terminar para siempre, pasa a un segundo plano. Asumo mi culpa si en esto me pierdo de escribir bien (porque escribir es algo que espero seguir haciendo siempre). La vida solo tiene algún sentido si decidimos vivirla y compartirla, y solo de allí puede nacer cualquier intento valedero y parecido a lo que solemos llamar felicidad; aunque concedo que muchos otros prefieran vivir en el sufrimiento. Por supuesto, cada quien puede construirse la fantasía de vivir por lo que quiera, sea escribir, o comer o fumar, o drogarse, cada quién puede hacer lo que quiera con su vida, incluso quitársela.


Aunque es natural que queramos que los demás vean la vida (o algunos aspectos de ella) como la vemos nosotros, debemos curarnos de la tentación de imponerlo por medio de la razón y descalificar al que lo hace de otros modos, y si no se puede curar la tentación entonces está el arte, solo el arte permite transmitir de una forma autentica a los demás una parte de lo que somos, solo el arte logra engañarnos desde lo emocional; permite identificarnos. Las palabras sin su carga energética y emocional no producen nada y solo son palabrerías. Por supuesto que quien quiera escribir necesita hacer sacrificios, tener disciplina y creer en lo que hace, pero sin olvidar que la vida que nos dieron(al menos una parte) continua allá afuera. 

jueves, 18 de julio de 2013

Cosas que he hecho IV

La Libre-Todos es ante todo una libretica artesanal que me regalaron. Cabe en un bolsillo perfectamente (al menos en uno de los que yo uso). Las tapas son de cartón y las hojas están cosidas con una pequeña cuerda, que una de sus puntas tiene amarrado un arito. En la parte de adelante hay una imagen y, como marco, pequeñas figuras alrededor hechas como si se hubiera quemado el cartón, por lo que puede sentirse un ligero bajorrelieve en cada una. La imagen es una foto tomada por el mismo artesano. En la foto hay una leyendita que dice: Calle del Embudo/Barrio de La Candelaria - Bogotá D. C. Me contaron que el que arma estas libreticas es un hombre triste. No se si ya esté sugestionado, pero me parece que eso se nota en la foto que tomó, y en lo que decidí hacer después.

lunes, 15 de julio de 2013

No oyes ladrar dos perros

El presente es un esfuerzo por comparar la versión original de No oyes ladrar los perros y una versión leída por Juan Rulfo que quedó registrada en audio, y publicada en el CD “Juan Rulfo – Voz del autor” del año 1997. Escuché la grabación en un taller de cuento hace unos años, en la que la idea era, precisamente, comparar esa lectura con el cuento escrito. Por desgracia no he podido averiguar cuándo fue hecha esta grabación, puede haber sido poco antes de publicar El Llano en llamas, o incluso años después, ya es conocida la modestia casi pudorosa de Rulfo para con sus textos. 

Primero está el cuento en su versión original, o al menos la que yo tengo como la original. Los párrafos que subrayé con amarillo son aquellos que el autor omitió en su lectura. En el taller sospechamos que lo hizo conforme iba leyendo, algo así como que lo fue haciendo en “tiempo real” (si se me permite la expresión), a juzgar por unas casi imperceptibles demoras o atisbos de duda del sayulense que pueden notarse en algunas partes de la lectura, justo antes de las omisiones. Para facilitar una posterior lectura he arreglado, aparte de esta versión, una más “corta” del cuento en cuestión (les ruego disculpen mi grosero atrevimiento), que corresponde con los arreglos que Rulfo hizo en su lectura. Aquí subrayé en verde las palabras que el autor agregó a una frase ya constituida. Es como otro cuento; casi como si el mismo escritor me lo hubiera dictado... 

viernes, 12 de julio de 2013

Julio 12 y carta abierta a los fundadores de esto

Los fundadores no ponen una mierda aquí ni por equivocación. Mientras tenga esta licencia, les voy a reprochar eso una y otra vez. A veces me pregunto a qué vienen sus quejas o sus preocupaciones por no escribir si les falta sacrificio y convicción. A veces deberían preguntarse si esta es una verdadera cosa de vida o muerte o un simple entretenimiento o un gusto estético. Estoy convencido de que han encontrado la manera de darse excusas continuamente para no esclavizarse, para no darle a este asunto. Esto es como una guerra siempre lo he entendido así y como tal no da licencias ni entiende razones. Hay que ponerse de pie aunque esté cansado, aunque le duelan los piecitos, aunque tenga miedo, aunque vaya a una muerte directa, aunque las balas le silben los oídos, aunque llore, aunque esté decaído, incluso si el precio es quedarse solo. De ese material están hechos los soldados bravos. ¿Por qué ser un soldado bravo? No hay obligación, pero me parece más digna una muerte encarando el peligro y el dolor que refugiándose en una mullida vida civil. Y aún si se opta por este último camino, al menos es más decoroso asumirlo que lloriquear por fracasar en una guerra para la que no se está hecho.

A ver si así se despiertan, hijueputas.

Hoy estaba viendo una película. Iba bien, incluso me sentía un poco identificado con el protagonista. Entonces la historia adoptó un giro, hicieron la misma movida barata de siempre, la que embrutece personas y en el fondo las deja descontentas con su realidad. Ese recurso industrial para atraer masas y dejarlas contentas, para darles redención en su entretenimiento, hacerles creer que existe, que la vida es un orden del que siempre sales bien parado. Esa mentira promocionada y edulcorada, que une a personajes que en la vida real quedarían separados, que les da contento a personajes que la pasaron mal, que los hace terminar con una sonrisa, que les da una salida feliz a sus problemas. Pero la vida no es eso, y durante mucho tiempo yo viví maravillado por esa mentira. La buscaba y la añoraba como un imbécil; bajaba mis defensas esperando que en mi historia se diera el giro ese que tanto había visto, que vi hoy. Lo cierto es que ese giro nunca se dio ni se va a dar. Es imposible, la vida no es así. No todo puede ser redondo.

Por eso le tengo respeto a quienes no se dejan llevar por esa corriente, a quienes tienen la lucidez para producir algo efectivo sin caer en decoraciones ni alegrías preparadas. Me gusta una obra, una cosa que no ofrezca redención. Mi novela debe ser así, por mi compromiso moral conmigo mismo, con lo que soy y con lo que he vivido. Adaleón no puede terminar bien, porque la vida no siempre termina bien, porque aquello que debe ser contado no se sustenta en finales felices. Estos son inalcanzables, difusos, escasos. Por eso admiro por encima de todo a Carver, que no tuvo piedad con sus personajes y, sin embargo, los amó y los entendió porque fueron una medida de sí mismo. Por eso admiro la inmolación de Ahab, la reclusión de Humbert Humbert, el castigo de Raskólnikov. Por eso de todo el ladrillo de televisión que soy capaz de ver en un día rescato una propuesta como la de Seinfeld: sin concesiones, cruda, de personajes egoístas, locos e inconscientes, que con su cinismo supieron adaptarse al mundo. Por eso me gustan las excepciones como la de El luchador, o Flores rotas. Esas son medidas mucho más reales de humanidad y de vida que un pastiche manoseado y preparado para hacer cosquilleos en la boca. Lo otro es, en alguna proporción, antinatural. Cuando ves a alguien decididamente optimista, en el fondo te preguntas si es de confiar, si algo le anda bien. 

jueves, 4 de julio de 2013

Julio 4

- Me habían dado casi un mes para hacer una monografía sobre un cuento. Tenía que citar otros autores y hacer referencias a otros cuentos del mismo autor. A mucha gente esto la aburrió y se bajó de la materia. Yo seguí por inercia, porque cuando voy al instituto voy anestesiado, solo va la mitad de mi ser, o incluso menos que eso.

Había una primera fecha de entrega. A esa no alcancé. La segunda fecha de entrega era dos semanas después. De todos modos pasé ese tiempo durmiendo y jugando ajedrez, nada más. Solo me animé a hacer el trabajo el mismo día de la entrega. Me desperté a las cinco de la mañana, no por iniciativa sino porque simplemente ya no tenía sueño. A esa hora empecé a escribir, y esto con varias interrupciones. Terminé la monografía media hora antes de la clase, en un café internet (o ciber, como le dirían acá): ocho páginas. Ocho sobre Carver y su cuento, ayudado por la teoría de Pablo y amarrado burdamente con la teoría que se suponía que debíamos usar. La voz —esa que todos tenemos— me decía: “No vas a alcanzar. Mierda, ¿por qué no hiciste esto con tiempo? Eres un irresponsable. Nos vamos a joder”. Yo le contestaba: “Tranquila. Todo está controlado. Por algo soy escritor. Ya vas a ver”.

Finalmente saqué diez.

- Algo que me hace querer todavía esta ciudad y que me sostiene aquí es la conciencia de que, lamentablemente, solo aquí puedo explotar como escritor, solo aquí puedo desarrollar el talento. Cada vez que voy a Colombia confirmo que allá es muy jodido sobresalir, que nadie cree en ti, que todo es envidia y palancas. Si tienes un apellido Tal y conoces a Fulano, no importa si tienes talento o no, te publican, hasta puedes escribir en un periódico. Es como un círculo muy cerrado, movido solo por influencias y suerte. Un ambiente así resulta hostil para el arte verdadero. Por eso agradezco estar lejos: me da perspectiva.

Estar aquí me ha hecho evolucionar —literariamente— en una medida en la que jamás podría lograrlo en Colombia. Allá somos demasiado provincianos, demasiado salvajes todavía. Allá el horizonte es corto y árido. No puedes ser un huraño escritor que se refugia en su talento y en la esperanza de que algún día alguien te descubra en un premio. No puedes crecer allí. Es imposible. Tienes que irte. Lo digo porque me comparo con otras personas, con los que se quedan allá. He hablado con otros dos alumnos de Piedad y los dos me han parecido… eso, estancados. Es como si no se pudiera abrir bien los ojos allí, es como si no hubiera magia, como si tus esperanzas en lo que escribes fueran demasiado inocentes, como si no hubieras visto la realidad. Hay que salir a sufrir, a enfrentar la oscuridad y la incertidumbre.

Esto es muy significativo: en ninguno de los talleres a los que fui en Colombia me destaqué. En ninguno me daban crédito para nada; de hecho, a duras penas podía decirse que yo existía. No hablaba con nadie y siempre leía con la esperanza de recibir un halago, con el afán de impactar, de que me reconocieran. Hacía muchos malabares, mucha pirotecnia. Me perdía en eso, pero nadie me lo decía. Todo era un régimen de salón y de desinterés y de egoísmo y de celos. Ni siquiera en el de Piedad me iba bien. Las críticas que recibía en general me desanimaban y no me daban nada de provecho. Piedad hizo dos concursos entre los compañeros y no gané ninguno: de los dos solo saqué un voto. Yo no sé qué hice o qué pasó, pero de todos modos ella reconoció algo en mí y se aseguró de que no me perdiera, me recibió en su casa, me subió la moral, me recompuso. Me puso en el camino que era.

Ahora es así: en el taller actual me va bien. Sin embargo, esto no fue sencillo ni repentino. Durante un año estuve leyendo con esos propósitos vanidosos de antes. Hacía piruetas y grandes espectáculos pero el público se me aburría. ¡Se iban a mitad de la función! Una vez cancelé: iba en medio de una lectura y dije “Bah, ya basta”. Un año así, de palos, de que me dijeran que se aburrían, que no entendían, que no iba a ninguna parte. Un año sintiéndome como la mierda, no solo por eso sino porque estaba recién llegado, estaba solo, estaba atormentado por una mujer, arrastraba una larga tristeza desde Bogotá. Me hubiera suicidado si no hubiera sido por cierto evento, que no debo mencionar.

Una noche ocurrió. Leí sin fe, derrotado, esperando que me hicieran mierda, como siempre. Leí con tristeza. Iba en un diálogo y Pablo me detuvo. En ese momento pensé: “Bueno, otra vez se aburrieron. Se fue todo a la mierda”. Pero fue todo lo contrario. Pablo me interrumpió antes de que la cagara —él sabía que iba a hacerlo—. Dejó mi lectura donde debía, hasta donde había funcionado. Otra vez me salvó la visión de un maestro. A partir de esa lectura comprendí: nada es más efectivo que narrar. Ese es el asunto. No trates de convencer, no trates de hacer malabares, no trates de impresionar, no excedas la pirotecnia: la historia, y en especial el personaje, van a decirlo todo.

A veces yo mismo olvido esta lección, pero bueno, el camino está ahí trazado. Solo hay que retomarlo.
- Me da lástima ver este espacio tan desolado, tan abandonado, así que me sentí impulsado a darle algo de movimiento. De todos modos tengo muchas prevenciones con este sitio ahora que me di cuenta de que no tengo la impunidad de la que creía disponer y dudo si debería poner cosas que no quiero que ciertas personas lean. De hecho, ya hay cosas que no quiero que ciertas personas lean y yo, tan paranoico como soy, sospecho si no se habrán enterado ya, si no habré dejado en evidencia más de lo que estoy dispuesto a hacerme cargo (frase bien argentina).

Iba a poner algo sobre Kafka pero me pareció pretencioso. ¿Quién soy yo como para hacerle reconocimientos o menciones a Kafka? Soy un aparecido, un don nadie. Mis reconocimientos hacia él no le importan a nadie. Pensé en esto, particularmente, después de ver una página de Facebook que detesto. Es sobre fútbol y el que la dirige tiene un aire de suficiencia y una vanidad insoportables. Hizo unos “premios” y los promocionó como si fueran la gran cosa, incluso les escribió a Hernán Peláez y a Iván Mejía para hablarles de su gran “reconocimiento”. Si al menos diera un pedazo de cobre, pero no pasa de un artificio en una paginucha. Escribí en esa paginucha hasta que le noté el talante al que la dirigía y me bajé. En fin, a Kafka como mucho se le puede agradecer, aunque eso tampoco importa.