jueves, 10 de octubre de 2013

Maullido

Alfen, el pueta
La cosa es así. El miércoles 09 estábamos en una de las tertulias literarias que hacemos con unos amigos. El tema era la Generación Beat. La idea era tener un panorama general de lo que pasaba en esa época, hablar de los principales escritores que formaron la escena, leer algunos poemas de ellos. Todo muy bien hasta que me puse un suéter de cuello de tortuga, una boina y unos lentes oscuros y comencé a hacer la caracterización, lo más paródica posible, de un poeta beatnik, con gestos, maneras y vocabulario que daba a entender que este poeta se creía lo más sofisticado y poético de la ciudad. Mientras leía sus "poemas", Alfen el "pueta" o "poetastro", soplaba de vez en cuando una harmónica para "acompañar" lo que iba leyendo, y contínuamente los acusaba de ser "cuadrados" y ajustados a la norma, entre otras cosas.

Creo que a mis compañeros no les gustó nada lo del poeta. Y los entiendo: se que exageré un poco la nota. Pero ya había decidido hacer el personaje, así que no me pude echar para atrás, si bien no llegué hasta las últimas consecuencias...

Mejor vamos al grano. Para la caracterización escribí una parodia del poema de Allen Ginsberg Aullido, más exactamente de la primera parte. La parodia no era ni pretendía ser algo bien hecho; lo tomé como una broma, como una muestra de lo que ese poeta fastidioso escribía. Tomé la estructura de esa primera parte de Aullido y la llené de referencias locales, de situaciones que bien habrían podido pasar en Ibagué o no haber pasado nunca en ningún lugar, y traté de hacer las frases lo más largas posibles para que se asemejaran a las del poema original. Antes de leer mi texto leí primero Aullido y luego, pasados varios minutos y luego de haber conversado un rato sobre varios temas, leí mi texto. 

Yo escribí eso como una broma, una payasada para mi personaje (que pretendía mostrar mi versión del estereotipo beatnik, la burla que los medios de comunicación gringos hicieron de todo aquel que tuviera afinidad con el fenómeno beat en los años 60). Pero a algunos les pareció que había muchas cosas que un ibaguereño o alguien que haya vivido mucho tiempo en esta pequeña ciudad reconocería. Algunos me dijeron que les había recordado un texto de hace siete años que se difundió por miles de correos y con el que muchos se sintieron identificados, y que no tendrá un valor literario como tal pero que sí es valioso por mostrar de forma vitalista todos esos aspectos de la ciudad que hacen que la disparidad de edades y condiciones sociales se difumine y exista un punto de encuentro en el que sonreímos todos, y en el que acaso un foráneo pueda tener un esbozo de mapa de costumbres e idiosincrasias con el que guiarse si alguna vez pasa por la ciudad musical.

Mi texto tampoco tiene pretensiones literarias, pero sí puede ser un nuevo punto de encuentro, uno al que se le pueden añadir nuevos encuentros, situaciones al límite o simplemente chascarrillos extensos que arranquen un par de sonrisas entre quienes lo lean. O no. Sencillamente dejaré el texto aquí y que cada quien piense lo que quiera.


domingo, 6 de octubre de 2013

Una carta a mí mismo

La siguiente es una transcripción de una carta que me escribí recientemente. No está fechada adrede, así que el único indicio que tendré en el futuro de una fecha aproximada será esta entrada. La carta fue escrita para un pequeño concurso de cartas de amor propio que se hizo en la tertulia a la que voy desde hace ocho años. Le hablé de la carta a Juan y éste me sugirió que la transcribiera, pues hay en ella un tema que me produce cierta ansiedad en mi actualidad; según Juan, al momento de escribir "la fuerza radica en la sinceridad" (dispensarán la cacofonía triple) y creo que en la carta hay algo de eso. Por eso decido transcribirla, más que para otros para mí, para encontrarme con ella en el futuro por si la versión original se pierde y así leerme y pensar un poco en todo lo que se gana, para la vida y la escritura cuando se escribe en estado de "desnudez". Y sacarme una sonrisa, una que espero muy amplia. 

En el momento de transcribir tenía los ánimos muy desgranados (suele pasarme los sábados desde hace años), pero por fortuna logré encontrar un poco de fuerza para obligarme a hacer el ejercicio de sentarme y pasar del papel a la pantalla esta carta. La transcripción intenta ser una reproducción exacta, sin correcciones de estilo (ni siquiera tildes) y anexando las palabras tachadas y las inclusiones de última hora. Así que ahí va.

La carta en papel ocupó dos hojas carta por ambos lados.
Como la mia lettera es enorme, la carta parece más extensa de lo que es en realidad.

jueves, 3 de octubre de 2013

Octubre 3

- Llevo varios días intentando distintos arranques de capítulo y no paso más allá del primer párrafo. Nada me convence, nada fluye por sí solo. Estoy en una curva de declive terrible. La próxima semana debo ir al taller y no tengo nada hecho, ni siquiera una idea, pocas ganas. Me cuesta mucho concentrarme.

Hoy estoy particularmente irritado. Me di cuenta ahora que estoy en clase. Verme rodeado de gente me pasmó, me llevó a la versión dura, silenciosa y odiosa de mí.

Alguien dijo: “No le conocemos la voz”. Me pidieron entonces que hablara y me rehusé. No tengo ganas, ni fuerzas, ni estímulos, más allá del fútbol. No me entusiasma nada.

Como se podrá ver, estoy escribiendo como la mierda.

Frente a mí está sentada N. Ese encanto irresistible que ejerce sobre mí sin proponérselo. Me pregunto si querría anular ese encanto, si me convendría más construir un cerco que me resguarde.

—¿De qué?

No sé decir. Simplemente, ver a alguien así me deprime, me subyuga, me hace sentir amenazado. Es como si el mundo estuviera a punto de romperse y el atractivo de alguien como N. fuera el último destello antes del quiebre definitivo, el último estertor, la última posibilidad, los huevos de la cucaracha antes de morir.

¿Por qué mi naturaleza es tan restrictiva? A veces pienso que la muerte será la única forma en la que purgaré mi condena. Pienso que debo esperar pacientemente, como un preso, a que esto termine. Suicidarse es hacer trampa: habría que empezar todo de nuevo, así que veo mi vida como una especie de condena. Hay que esperar, dejar que el tiempo ruede y me aplaste. Y así lo que escribo es una simple crónica de mis días de prisión.

Aunque a veces me resisto a esa condena, a esa crónica, a esas tareas tediosas de mi celda. Me escondo en el sueño. Duermo como un enfermo: doce horas, a veces más, y aún tengo más sueño después. Solo quiero dormir y ver fútbol. Lo demás pierde su importancia y su contorno.

Maldita sea, odio todo: a la gente, a la profesora de esta clase de mierda, esta ciudad, a N., a mí mismo, a Daniela, a la gorda escurrida que viene a esta clase, odio escribir, odio vivir así.

Amo a mi padre, amo a mi hermana, amo a Arsenal, amo mi soledad, amo escribir, amo tener dinero.

- Si N. me ignorara y me despreciara me haría las cosas mucho más fáciles, pero a veces se despide de mí, a pesar de que no la haya determinado en toda la clase. “Chau, Jeremías”, y con eso me fulmina. Sopla los pocos ladrillos que pongo.

Necesito ponerle una tapia a esa influencia en mi vida, para que no me afecte mi impotencia y mi incapacidad y mi pereza; para no decirme: “Mira, imbécil, lo que te pierdes”. De ese modo puedo seguir adelante. Si no, cada miércoles y cada jueves y cada vez que la vea se me van a convertir en una tortura. Así que ahí voy, poniendo un ladrillo sobre otro, con mucho esfuerzo porque me pesan, y ella llega cada tanto con su mirada y con su saludo, tan simple como eso, y los derriba. Me queda otra vez el panorama de ella, tan inalcanzable, tan incomprensible, tan llamativo.

Me gustaría nadar en ella, respirar sobre ella, escribir sobre ella, dibujarla, escucharla, olerla, saborearla, tocarla, vivirla, pero entre ella y yo se interpone un cerco invisible, impenetrable, de una naturaleza superior a mí.


Quizá se trata de eso. En el fondo, solo intento darle una forma material al muro con mis ladrillitos de silencio. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Observación de sábado

- En el colectivo 55 iba una pareja. Tendrían unos sesenta años. Ella hablaba con mucho entusiasmo, se la pasaba sonriendo. Parecía recién enamorada... quizás lo estaba. Enfocaba su mirada en él, pero no la mantenía fija. Recorría el rostro de él de arriba abajo, de un lado a otro. No giraba su cabeza ni nada; solo los ojos. Se movían como una máquina registradora en sentido horario. No se detenían. Sus ojos eran un frenesí pero solo abarcaban una cosa, a una sola persona: a él, cada imperfección, cada gesto, cada rasgo.

Esto tenía tanto de conmovedor como de enfermizo. Si me fijaran la vista así, me volvería loco; no podría aguantarlo.