Hoy vi a Alfonso.
Estaba de paso por Bogotá, guiando a un grupo de estudiantes de la universidad
en la que trabaja. Al encontrarlo en la calle que me había indicado me di
cuenta de cuánto lo quiero, y además de cuánta falta me hace un par con el que
pueda hablar francamente. Por un momento había descartado el largo viaje hasta
el centro, de hecho lo había llamado con la intención de decirle que no podría
ir, pero al escuchar su voz se avivó mi necesidad de compañía y de afecto, así
que le dije que nos veríamos en un par de horas. Me acerqué al grupo y lo
saludé. La barba que ahora se deja crecer parece marcar el hecho, apenas
natural pero en cierta medida doloroso, de que el Alfonso actual es uno
distinto al que conocí. Salvo el otro profesor que guiaba y que me presentó, ignoré
a las demás personas que estaban con él.