Ayer me sentía algo
emocional. Mientras miraba las luces de la ciudad desde una oficina oscura,
trataba de rastrear el último momento en el que había sido feliz. La respuesta
estaba en el fútbol: jugarlo me distrae y me satisface, me da vigor y un
propósito. Disfruto el cansancio posterior, el viaje de vuelta hasta mi casa,
por lo general con alguna raspadura o algún golpe. Esa fue una felicidad
íntima, solitaria, de un mes de antigüedad. ¿Pero cuál había sido la última vez
que alguien me había hecho feliz?